Una Impala en Cabo Norte

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UNA IMPALA EN CABO NORTE



Existen muchas formas de concebir las vacaciones, no para todo el mundo la  palabra vacaciones, significa lo mismo. Sin embargo, en esencia viene a ser algo así como, cambiar la rutina de la vida cotidiana, por otras alternativas.

Y que mejor alternativa para un incondicional de la aventura, que viajar en una motocicleta fabricada en 1963, a través de distintos países de Europa a una meta hoy de moda entre los motoristas.




    Después de pocos preparativos, la verdad es que muchos no hacen falta; el 23 de Julio de 1998, salí de Valencia con mi Impala del año 63 a las ocho de la mañana dirección a Barcelona. Destino: Cabo Norte. Recuerdo que, a pesar de estar solo, desde cargar mi equipaje en la moto, hasta ponerla en marcha, todo lo hice con sigilo, como si fuese un niño, y me escapase de casa.

    En la población de Nules, Castellón, me esperaba mi compañero Ernesto Palmieri con su Vespa 150 del 65. Era un magnífico día para ir en moto y nosotros comenzábamos el viaje de 14.000 kilómetros que teníamos programado en nuestras motocicletas más que veteranas.

    Ernesto tenía experiencia en ello, pues en el año 84, había efectuado este mismo recorrido en un Vespino Vale, esta experiencia nos vino muy bien, pues evito muchos errores. Marchamos a una velocidad de rodaje, cargados con un pesado equipaje y después de visitar a unos amigos en Barcelona llegamos a Puigcerdá a la hora de cenar. No está mal, en la primera jornada hemos recorrido 553 kilómetros, una buena marcha dentro de los horarios que nos habíamos fijado.

    A la mañana siguiente, partimos temprano con la idea de atravesar Francia cuanto antes. Las carreteras son estrechas y con bastante tráfico, especialmente en verano; pero todo lo compensa el idílico paisaje de sus alrededores, en muchos tramos de carretera, los árboles que la bordean, en mí, producen un efecto nostálgico al recordarme las carreteras españolas de mi juventud.

    Narbonne, Nimes, Avignon.., lentamente al ritmo de 70-80 km/hora, -el requisito prioritario en este tipo de viajes es conservar las mecánicas- vamos pasando las poblaciones. Nuestro objetivo es Lión, para desde allí dirigirnos a través de Dijón a Mulhouse, donde pensamos visitar uno de los más importantes museos dedicado al ferrocarril que existe en Europa.
Cuando entramos en Narbonne un semáforo que se cierra nada mas pasar Ernesto con su Vespa y me quedo descolgado, mi compañero no se da cuenta y sigue; este despiste nos retrasará más de dos horas. En un momento pensé en seguir la ruta, pero me di cuenta de que si lo hacía, podíamos estar recorriendo media Europa en solitario, sólo con una diferencia de unos pocos kilómetros entre uno y otro. Decidí regresar al punto en que nos separamos, y a la sombra de un túnel, encuentro a Ernesto sentado en la plataforma de su Vespa, esta muy tranquilo; cuando bajo de la Impala, me dice que sabía que regresaría por él. Hemos estado esperándonos mutuamente este tiempo a solo unos doscientos metros uno del otro.

    Por la tarde, el motor de la Vespa comienza a presentar síntomas de fatiga, esto nos obliga a detenernos en alguna ocasión. Ya a la entrada de Barcelona, sufrió un pequeño enganchón de pistón, Ernesto reforzó el engrase y continuamos. Entramos en Alemania por Estrasburgo, y nos dirigimos por autopista en dirección a Frankfurt; si viajar en moto por las autopistas de Alemania es una delicia, al no existir limites en la velocidad, hacerlo en motocicletas clásicas resulta muy peligroso, convirtiéndose en el punto negro de nuestro viaje. Pero no tenemos alternativas, si existen carreteras locales a nuestro destino, podemos pasar en ellas todo un día para el recorrido que sólo nos costará un par de horas de autopista.

    Un poco antes de llegar a Frankfurt, circulando a unos 80-90 km/hora muy pegadito a mi derecha, de pronto como a traición, me veo despedido hacia las vallas de protección de la autopista, el remolque de un camión me ha tocado la bolsa izquierda de mi moto, afortunadamente el arcén es muy amplio y me permite intentar recuperar en lo posible el control de la máquina. Dando bandazos, al final termino en el suelo, he podido reducir la velocidad y he tenido la suerte de que el camionero que me precedía paro a tiempo. La imprudencia del chofer del camión que tocó con la parte trasera de su remolque a mi moto, me ha costado cara; pero me contento con la factura que he pagado, aparte de los desperfectos de la moto, rasguños y moraduras; la cazadora de piel y los guantes han protegido mi brazo y mis manos, a cambio me quede sin ellos, a pesar de todo, pienso que podía haber sido mucho peor.

    A media tarde, comienza a llover y salimos de la autopista con intención de buscar un camping. En esta zona de Alemania no hay campings y terminamos en un “económico” hotel de Solingen, donde sólo dormir, nos cuesta unas 15.000 pesetas diarias. Al salir de la ducha y verme en el espejo, me doy cuenta de la huella que ha dejado el revolcón en mi cuerpo.  Enfrente del hotel, se encuentra el servicio oficial Piaggio, donde definitivamente repararan la Vespa de Ernesto. La aventura es la aventura, y por ahora vamos teniendo suerte.

    El pistón de la Vespa, presenta una fenomenal holgura de bulón y hay que sustituirlo, nos dicen que tardaran cinco días, pues hay que traerlo de España, nosotros hemos tardado cuatro días, viajando a nuestra conservadora marcha. Esta parada "técnica" me viene muy bien, pues tengo moraduras por todas partes y me duele hasta el pelo; tenemos suerte, al tercer día nos entregan la Vespa y podemos seguir camino.

    Wuppertal, donde una especie de teleférico o tranvía suspendido, recorre sus calles y alrededores, que siempre me preguntaré si funcionó alguna vez. Kassel, Hannover… y la Vespa vuelve a presentar los mismos síntomas de antes de ser reparada. Un chirrido metálico escapa de su cilindro, se le introduce un chorro de aceite del de la mezcla por el agujero de la bujía y de momento el problema queda resuelto.

    Hamburgo, Lübek, una noche durmiendo en un parking de la autopista y bajo la lluvia, el embarcadero de Puttgarden. Sin apenas darnos cuenta, el ferry nos transporta a Dinamarca. La lluvia se ha convertido en la constante de nuestro viaje y tenemos que aprender a convivir con ella, si no menciono nada de la Impala es porque desde un principio funciona de maravilla, arranca por las mañanas al primer intento y quitando de un problema de perla en la bujía que resolví aumentando la distancia de los electrodos a 0,6 mm. sólo me preocupo de tensar la cadena y engrasarla periódicamente.

    Dinamarca nos ofrece unos paisajes magníficos, su gente es amable y en todo momento somos bien atendidos, me llama la atención el ver algún vehículo clásico circular en lo que me parece uso habitual; en el primer cafetín que paramos para entrar en calor con un tazón de café, ya encontramos una muestra de esta extendida afición. Una Harley del 32, espera bajo la lluvia a su dueño con la sola protección de una bolsa de plástico cubriendo el sillín. Por la tarde la Vespa se revela, y nos dice un ¡no va más!, en el más puro estilo de Las Vegas. Su último petardeo lo dio en medio de la autopista a cincuenta km. de Copenhague. La pericia de Ernesto, consigue que le lleve hasta el próximo camping, y en el sigue esperando ser repatriada. En cualquier caso con la filosofía de mi compañero, es un buen viaje desde Castellón a Copenhague en Vespa. Ernesto volverá a España en tren y yo seguiré en solitario hasta Cabo Norte.

    A la mañana siguiente decido cambiar mi ruta inicial, sigue lloviendo a pequeños intervalos y no parece que el tiempo este por cambiar. Después de desearnos lo mejor, y frotándonos los ojos por ese algo que de repente, se ha metido en nuestros lagrimales. Parto hacia el puerto donde un ferry me llevará a Malmo, de allí por la carretera del interior atravieso las ciudades de Helsigborg, Jönköping, Nyköping..., para al final en una jornada que se me hace eterna, llegar a Estocolmo. Atravieso la ciudad diciéndome que ya la veré al regreso, y me dirijo a Uppsala. Poco antes de llegar a Gavle decido acampar, luce un espléndido sol, por un momento bajo la guardia contra el agua, y me quito el molesto impermeable. Solo tardo cinco minutos en estar completamente calado, la noche es fría, pero tengo un buen equipo -de algo me tiene que servir toda una vida practicando el alpinismo-. Cuando entro en la tienda, solo tengo una idea clara. Salir de allí solo en el momento que no aguante el calor del sol.

    Todas mis pertenencias están pasadas por agua, y esta claro que así no puedo seguir. Tengo suerte y por la mañana unos rayos de sol me dan los buenos días, ellos y un amable vecino, viejo motorista, que resulta ser un gran admirador de las motocicletas españolas de los sesenta. A sus setenta y cinco años, pasea alegremente por los bosques con una moderna KTM, me invita a desayunar y se interesa por mi Montesa y mi viaje, me muestra la única revista de motos clásicas que se edita en Suecia. Que como Motos de Ayer, se distribuye por suscripción y hacemos intercambio; para mi sorpresa de sus 48 páginas, dedica 12 de ellas a un estudio de la marca y modelos de Bultaco, que hasta aquella fecha, nunca se ha publicado en España.

    La carretera que conduce a Sundvall, Umea..., es amplia y bien asfaltada, se suceden largas rectas en las que de pronto, al lado de la carretera, esta se amplía en unos sesenta metros y algunos kilómetros. Me pregunto a que se deberá aquello, al final descubro, que son unas pistas de aterrizaje de emergencias. Las eternas rectas, rompen su monotonía con frecuentes subidas y bajadas, el tráfico es escaso y muy civilizado. El paisaje que se aprecia desde la moto resulta espectacular, inmensos bosques de altos y rectos pinos contrastan con azules lagos; de cuando en cuando una nota de civilización, en forma de cuidadas casas de madera pintadas de un rojo Burdeos y blanco, salpica el paisaje.
La moto emite un sonido de salud que me augura una buena ruta.

     Cuando acampo por la noche, vienen a saludarme toda clase de mosquitos que sienten una predilección por mi calva y mis manos. El ahuyentador de que dispongo parece que les sirve de aperitivo, gracias que heredé de Ernesto uno mejor que si resulta eficaz. A media mañana, llego a Haparanda, paro en una gasolinera y repongo combustible para la moto y mi persona. Me doy cuenta de que he pasado la frontera de Finlandia, cuando me piden la cuenta en Marcos, continúo carretera en dirección a Pello y no tardo en comprobar que me acerco al Círculo Polar, las distancias entre poblaciones aumentan, las gasolineras escasean, y un frío viento del norte azota mi rostro, a la vez que congela mis manos.

    Cuando llego a Napapiiri, saco las fotografías obligadas a mi moto, ante el cartel que indica que estoy en el Circulo Polar; en medio de una inmaculada naturaleza, detrás de una pequeña puerta de un casetón, de algo así como una oficina de turismo, todo cambia al traspasarla. De improviso, me introduzco en el mundo del consumo, todo son recuerdos y cosas típicas, también hay una cafetería que me recuerda las grandes superficies comerciales; cuando salgo después de tomar un café, el frío viento me vuelve a la realidad y reanudo el viaje.

    Poco más o menos a partir de Kolari, el paisaje va cambiando, los bosques de pinos de Suecia, dejaron paso a los de abedules, y estos a una vegetación rala y baja que me indica que estoy en la tundra. Las llanuras se suceden y no abundan tantos lagos, las pequeñas torrenteras del deshielo, bajan con fuerza un agua oscura como chocolate, a lo lejos, desnudas y suaves lomas que parecen inalcanzables, dibujan el horizonte.

    Sin advertirlo, el asfalto de la carretera desaparece bajo mis ruedas y me veo rodando en una pista de tierra batida. Entonces, mientras recupero el control de la moto, manteniendo firmemente el manillar, recuerdo aquella señal unos kilómetros antes que anunciaba obras; a veces sin esperarlo, unos renos pacen en los alrededores de la carretera, intento sacarles alguna fotografía, pero entre el casco, los guantes y la funda de la cámara, siempre me quedo con las ganas. Al final aprenderé a sacar fotos con el casco y los guantes puestos.

    Noruega es más agreste, las carreteras son más estrechas y el pavimento no está tan cuidado, sin embargo su trazado con desniveles y curvas a derecha e izquierda la convierten en atractiva para los que viajamos en moto. Por fin con el mal tiempo como compañero inseparable, llego al embarcadero de Katfjord, unos minutos más tarde el último ferry de mi trayecto de ida me deja en el pequeño puerto de Honningsväg, solo 34 kilómetros me separan de mi meta y es mediodía, pero la cantidad de turistas y el frío, me deciden a dejarlo para mañana a primera hora. Esa noche, aprovechando la luz de medianoche del lugar, que viene a ser en esta época como un día de luna llena, pero con más claridad. Siguiendo una senda y unos mojones de piedras, ascenderé al pico más alto de la isla, el llevar unas botas de tacos me viene de maravilla. Lo cierto, es que unas botas de motorista con la Impala son innecesarias. Se me hizo muy pesado el ascenso, pero las vistas de ese mar que me rodea, el atractivo de la soledad, sólo roto por el graznar de las gaviotas tridáctilas, me compensarán con creces de la caminata. 

    A la mañana siguiente, he decidido pasar todo el día al borde de la isla en los alrededores de la esfera armillar. A unos doce kilómetros de donde tengo mi campamento base. De entre la niebla, surgen ante mí unas casetas de peaje similares a las de cualquier autopista. No puedo creerlo, allí sólo hay un pequeño tramo de carretera. Después de pagar la cantidad de unas 4.000 ptas., puedo acceder a los últimos trescientos metros que me separan del acantilado. Me siento estafado, jamás había pagado para acceder a un caro restaurante y tienda de recuerdos, pero parece ser que es el tributo obligado después de recorrer casi seis mil kilómetros en la Impala. Nordkapp no es más que eso, un montaje comercial, aderezado con una esfera armillar en la que es obligatorio sacar unas fotos; la panorámica que se disfruta desde allí con el mar de Baffin a la derecha, y el Antártico a la izquierda, es la misma que se puede disfrutar desde otro punto de la isla de similares características, si no está nublado, maravillosa. Dos mil kilómetros al frente, el Polo Norte.

    En el viaje de regreso decido atravesar Finlandia, por otra ruta apartándome de la turística habitual; al final, encuentro una kota que es la vivienda de una familia Sami, y efectúo el trueque de una botella de coñac por una pequeña cornamenta de reno. Llevé la botella con esa finalidad, en una ocasión, me ofrecieron comprarla por unas 12.000 pesetas, en España me costó unas 1.000 pesetas, pero mi intención no era hacer negocio, quería efectuar ese trueque con algún Sami nómada; sólo que hubo momentos en que dudé de poder encontrarlo. Sigo mi camino que no se cual es, aún así me detengo en lo que son visitas obligadas como en Rovaniemi, para visitar la casa de Papá Noel, que como siempre está de viaje… Oulu, Vasa.., después de poner a prueba las bondades de la moto y mis pocas fuerzas, llego a Turku, en una agotadora jornada de 780 kilómetros, estoy agotado, me prometo no hacerlo más, pero como pasa con los niños….. Evidentemente he tenido que circular de noche, dentro del peligro que ello encierra, compruebo la educación de los camioneros. Aunque la carretera es estrecha, tiene un tráfico de camiones en las dos direcciones muy fuerte, unos suben y otros bajan, no sé donde irán, pero todos llevan la misma carga de troncos de pino. Encima de la cabina, en un soporte, montan una batería de faros de largo alcance que estoy seguro que iluminan más de un kilómetro. Me pregunto si será para detectar los renos y demás…  Curiosamente, cuando detectan la débil luz de mi faro, los apagan y se quedan con las luces de cruce.

    Aprovecho el viaje en el barco que me lleva de Turku a Estocolmo para descansar. En Copenhague sufro la única avería del viaje y es que la bobina de alumbrado deja de funcionar, improviso un elemental sistema a base de pilas y una bombilla de linterna dentro del faro, que viene a ser como una luz quitamultas durante el día, y condicionado por esta avería, circulando sólo de día, voy acercándome a España a través de Europa. El contratiempo me obliga a no circular de noche, lo agradezco, pero a causa de él, al tener que parar cuando lo decide el sol, me veré estafado en más de dos ocasiones, la más humillante en un camping de Francia. En el regreso, me detengo en lo que considero son dos puntos obligados; recorrer Alsacia, y visitar el museo Peugeot en Sochaux. Aumento mi velocidad de crucero a 80-90 km./hora y la moto parece agradecerlo, sin embargo tendré que soportar cuando creo que la climatología adversa ya ha pasado, los vientos más fuertes de todo el viaje.

    Treinta días después de aquella mañana de Julio llego al punto de partida; he recorrido 11.100 kilómetros, consumido 307 litros de gasolina y 7 litros de aceite sintético, del embrague a través del retén, la moto se ha bebido 1,5 litros de SAE 20, y sin ningún problema digno de mencionar he conseguido subir la primera Impala a Cabo Norte 35 años después de que fuese fabricada. Dos amigos colaboraron en este viaje, la firma Rasán que se preocupó de que tanto Ernesto como yo fuésemos "aseados" con su ropa deportiva y Comercial Obach que nos facilito el aceite Sopral para dos tiempos que pudimos cargar. Este viaje, lo he podido realizar con una seguridad mecánica, gracias a la desinteresada labor de mi amigo Paco González Motos, que puso sus conocimientos y trabajo en la Impala.


                                                                                                                              Arturo Borja


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