miércoles, 6 de abril de 2016

Dos Impalas en la Isla de Man



Dos Impalas en la Isla de Man



Arturo Borja y Paco Motos



Reconozco que para muchas cosas se me ha parado el reloj, y la verdad es que no me preocupa en absoluto. Una de ellas es el seguir empecinado en hacer largos recorridos en una motocicleta que realmente, ya dio todo lo que tenía que dar de sí, a la vez que, dijo de si misma todo lo que tenía que decir hace más de cuarenta años. Pero que le vamos a hacer, mi Impala aún esta para rodar lo suyo, y viajar con ella en cierto modo me transporta a una época en la que gastaba el peine.



Hace mucho tiempo que decidimos Paco Motos y yo viajar a la isla de Man, simplemente con la única finalidad de rodar con nuestras Impalas el asfalto del mítico circuito del Tourist Trophy. Como suele ocurrir con muchos proyectos, unas cosas por otras, lo teníamos que ir dejando para otra ocasión. Aunque siempre que nos reuníamos, uno de los temas era el aplazado viaje. Un buen día Paco me dijo.

 –En cuanto acabe la carrera de la Bañeza, podríamos ir con las Impalas a la isla de Man.

Sin mirar mi apretada agenda le dije que de acuerdo.

Cuando reparé en el calendario, me dí cuenta de que no teníamos tiempo de nada. Había que repasar las motocicletas que estaban durmiendo en el garaje unos cinco años, pasar la ITV, sacarles el seguro y para todo ello apenas disponíamos de una semana. Además había que sumar nuestro trabajo habitual. Yo tenía que cambiar los retenes del cigüeñal de mi moto y repasar la instalación eléctrica. El a pesar de que su Impala funcionaba mejor que la mía también tenía que desmontar el cárter del embrague, a la vez que poner a punto su OSSA para la carrera de La Bañeza. Hicimos lo imprescindible, y el día anterior a la partida, pasé la ITV y me aseguraron la moto. Nunca había ido tan deprisa, pues aunque no me preocupa tener que improvisar, partir con una ruta estudiada y esas cosas previas a un viaje que entre ir, dar vueltas y venir, estimaba en alrededor de más de seis mil kilómetros, indudablemente requería un poco de planificación previa. Al final contrariamente a mi forma de hacer, me vería rodando con la Impala por las carreteras de León.

La mañana del nueve de agosto salimos de La Bañeza, el día no era caluroso y alternaban los claros con las nubes. Como toda puesta a punto de mi Impala, le cambié la bujía por una nueva, engrasé la cadena a conciencia, repuse los niveles de aceite del embrague y del cambio y suavice los mandos con un spray lubrificante. Mientras hacía todo eso pensaba que la cadena por muy reforzada que fuese, llevaba más de quince mil kilómetros, y el sentido común aconsejaba cambiarla antes de emprender un viaje de estas características. También debería haber desmontado y limpiado el carburador; de pronto reparé en que estaba entonando un “yo pecador”, y os puedo asegurar que no es la mejor forma de emprender un viaje en moto, así que me centré en la labor de viajar.

El tramo de carretera que recorríamos era bueno, y paralelo a él discurría el Camino de Santiago, peregrinos de todas las edades, a pie y en bicicleta hacían su camino hacia el jubileo. Nosotros no tendríamos ese mismo jubileo pero con nuestras motos hacíamos votos para poder llegar a nuestro destino. De pronto reparé en que al lado de la carretera, se anunciaban muchas bodegas y sin embargo no había visto apenas cepas de vid. Ibamos camino de Logroño cuando a media tarde, unos espesos y oscuros nubarrones parecían esperarnos en el horizonte. No sé si nos esperaban a nosotros, pero la vista de un camping al lado de la carretera dio descanso a nuestras monturas al tiempo que burlaba a los nubarrones. Nos afanamos en montar la tienda y clavando la última piqueta, comenzó a descargar la tormenta. Nos faltaban unos setenta kilómetros para la etapa que habíamos previsto, pero teníamos todo el equipaje seco y mientras llovía nos disponíamos a dar cuenta de la cena. La primera etapa había salido bien. A la mañana siguiente después de pagar una factura de camping más cara que la de un hotel Formula 1, reanudamos nuestra marcha. Me sentía estafado, legalmente sí, pero estafado, cuando para alegrar mi ánimo comienzo a detectar un ruido de rodamiento en el motor. Bien comenzaba el día. Por lo menos lucía el sol y el paisaje tenía esa fuerza de color característica de después de una tormenta. Atento al ruidillo descubro que a un determinado régimen el motor pica biela. Poco después de improviso en un repecho mi moto escupe la tercera. El selector no funciona como debiera y a veces se queda bloqueado, eso cuando llevamos recorridos unos pocos kilómetros, ¡que más me deparará el día!. Seguimos rodando y antes de llegar a Vitoria, Paco me advierte que el amortiguador trasero izquierdo se sujeta sólo con la tuerca de la parte superior. Eso tiene fácil arreglo, compro una autoblocante en una ferretería y al montarla nos damos cuenta de que hemos dejado la herramienta en el furgón con la moto de carreras. Entre los dos sólo disponemos de unos cables, una pequeña llave inglesa, unos alicates de puntas, dos llaves de bujías, un destornillador de punta de dos milímetros, tres cámaras, unos desmontables y media docena de bujías. No está mal para el recorrido que nos espera, si algo se rompe... la socorrida cinta americana.

A todo eso la moto de Paco, que cuando consigue ponerla en marcha funciona muy bien, pero eso, sólo cuando consigue arrancarla. Llenamos los depósitos a desbordar y cruzamos la frontera por Irun en medio del intenso tráfico y un sofocante calor. Se acabó la gasolina “barata”, sin embargo comienza la etapa de los camping de precio razonable. Nuestro próximo destino es la ciudad de Cherbourg junto al cabo de La Hague, al oeste de Francia, de allí embarcaremos en un ferry que nos llevara a Pool. Dicho así no parece muy lejos, pero rodando con nuestras Impalas significan tres jornadas de más de cuatrocientos kilómetros. Rodando en dirección a Burdeos por la carretera nacional que es una autovía, al caer la tarde aparece la tormenta. Tenemos suerte y casi al mismo tiempo Paco descubre la señal de un camping de esos tan populares en Francia que se encuentran en una granja. Tenemos que esperar a que pase el primer chaparrón para montar la tienda, mientras tanto charlamos con los dueños y comprobamos una vez más, lo que ayuda una bota de vino para fomentar las relaciones sociales. Al dueño del camping le gusta España y tiene amigos en un pueblo de Valencia, por lo que no nos extraña descubrir su afición a la paella, le gusta hacerse llamar Chuanet; nos deja su paellero y a preparar la cena. Por supuesto paella.

Ha pasado toda la noche lloviendo, por la mañana luce un espléndido sol, estamos descansados y nos disponemos a recorrer la mayor cantidad de kilómetros que podamos. Aunque atravesamos parajes muy interesantes, la finalidad del viaje es la isla de Man y está muy lejos. Las motocicletas parece que se han desentumecido y a pesar del rodamiento y el picado de biela, la mía responde mejor. La de Paco como siempre una vez en marcha no hay quien la pare. Al igual que ocurre en nuestro país, en Francia muchas carreteras nacionales hace tiempo que dejaron de atravesar poblaciones, y en muchos tramos se han convertido en autovías de dos direcciones. Evidentemente las autovías y las autopistas no es el marco ideal para nuestras Impalas, a pesar de reforzar la lubricación, los motores tienen que soportar unos regímenes más altos de lo que es aconsejable. También el peligro aumenta al no circular a una marcha acorde con el tráfico de la autovía. Cuando adelantan los camiones, siempre se crea una situación de peligro; afortunadamente los conductores franceses, (más tarde comprobaremos que en Inglaterra ocurre lo mismo) están más sensibilizados hacia la motocicleta y nos suelen facilitar la conducción. Como carecemos de intermitentes, solemos hacer una señal con la mano o bien sacando el pie del lado hacia donde vamos a cambiar de dirección. La señal en un alto porcentaje de veces, es respetada por el conductor que nos precede. A mitad mañana comienza a llover, nos enfundamos dentro del traje de agua y a seguir rodando. Desde que salimos de La Bañeza parece ser que las tormentas de verano nos van a acompañar todo el viaje. Lentamente se acumulan los kilómetros recorridos; como es normal en estos viajes sólo paramos para repostar, fumar un cigarrillo y estirar las piernas, paradas extra son las relacionadas con la ruta, aparte de algún tente en pie, la comida la realizamos cuando hemos acabado la jornada. Nuestra intención es circular siempre que podamos por carreteras comarcales o nacionales, huyendo de las autovías y autopistas; con frecuencia eso nos lleva a dar algún rodeo que luego tenemos que equilibrar con más horas encima de la moto. En compensación estamos rodando con nuestras clásicas españolas que ya cumplieron los cuarenta, disfrutamos de carreteras que mantienen el duende entre los árboles que las bordean, y en muchas ocasiones el revirado trazado hace nuestras delicias al comprobar una vez más la bondad de nuestras motos. Estas carreteras tienen escaso tráfico y generalmente quien las utiliza no tiene prisa.

Durante kilómetros el verde de los prados que terminan en la cuneta, se alterna con plantaciones de maíz, trigo, vid y alguna granja. Se puede pedir más en el siglo veintiuno. Al final de la jornada terminamos cansados sí, pero satisfechos y contentos, puesto que estos viajes siempre tienen un contenido de aventura. Al atravesar la zona de Calvados, en un puesto de venta de productos gastronómicos típicos de la zona, podemos ver como se destila, al lado de la carretera. Un enorme alambique de cobre, es alimentado por una caldera, bajo esta un fogón en el que arde la leña; a su servicio, un señor que vende diferentes tipos de Calvados. Cuando observa que baja la presión de la caldera, añade un poco de leña y a la vez con unas llaves regula la salida de aguardiente a cincuenta grados. Lo ofrece a probar al visitante, mientras explica el proceso que se sigue a partir de esta destilación, luego se puede degustar el tipo elegido antes de comprar una botella. Es todo un espectáculo cultural, y no puedo menos que preguntarme si eso mismo se podría hacer en España. Seguro que no. En el camping donde pasaremos la noche, el vejete de recepción no me deja ni hablar; nada más vernos lacónicamente me dice 

 -Carte de identite

Y lo repite como si le hubiesen dado cuerda. Mientras, saco el pasaporte del bolsillo. Una vez en su mano, lo mira y remira con el recelo de un policía, está comenzando a llover de nuevo y nosotros calladitos, no estamos para que nos diga que no hay plazas. Nos pregunta de donde venimos y adonde vamos y al final coge un formulario de registro y anota literalmente todos los datos de mi pasaporte. Por fin levanta la vista y me mira a los ojos, pide el importe de la factura que me apresuro en pagar, y junto a ella me larga un papelito con el número de parcela. Cuando salimos de recepción nos sigue, saca un papel y lápiz del bolsillo y anota nuestras matrículas. El romancero desconfiado, ha hecho que tengamos que plantar la tienda lloviendo. No se que le habrá hecho algún motorista, pero se nota que no le gustan. Cuando ya hemos olvidado su cara, nos la muestra de nuevo fisgoneando que cenamos; y a la mañana siguiente otra vez en el momento del desayuno. Nos encontramos a unos ciento cincuenta kilómetros de nuestro destino inmediato y a medio día llegamos a Cherbourg. Nos dirigimos a la terminal de ferrys y nos informamos de precios y horarios en las dos compañías que hacen el servicio. Nos decidimos por la más económica que nos llevará a Portsmouth, según la azafata que nos informa a unos cuarenta minutos de Pool, luego comprobaríamos que nuestros minutos son más largos. Mira y remira, y el precio no baja, ciento setenta y un euro. De pronto Paco descubre en la tarifa que nos han dado, una oferta de sesenta y nueve euros moto y persona. Mostramos la tarifa, el empleado se hace el sorprendido, se mete en un despacho, sale y nos dice que sí, que es cierto, pero sólo para el miércoles. Estamos a viernes, mira que casualidad.

Embarcamos nuestras Impalas ante el asombro de los marinos que las sujetan y después de explicarles que son españolas de sólo 175 cc. y que tienen más de cuarenta años, subimos a cubierta. La brisa del mar es agradable bajo un sol de justicia; mira por donde disfrutaremos de una merienda como si estuviésemos en un crucero. A las once y media llegamos a puerto, en Inglaterra es una hora menos pero no se ve un alma. No tenemos ni pajolera idea de hoteles y todo está cerrado; a la salida de la ciudad vemos un solitario parque, y nos decimos que es el lugar ideal para descansar unas horas. Lo inspeccionamos y aparcamos las motos junto a un banco, y en ese momento aparece un coche con dos policías que nos indican que de dormir allí nada, que podemos estar un par de horas descansando y que transcurrido el tiempo vendrán a comprobar si aún estamos. Son amables yo les digo que tres horas y me responden que si aún estamos, cuando veamos el coche patrulla nos pongamos en marcha. Traidores…, no nos han advertido que ese parque es el punto de reunión de los noctámbulos cuando les echan de los garitos. Nuestra tranquilidad viendo la luna, dura sólo media hora. Luego será un desfile de borrachos que se acercan a nosotros a molestar, cuando unos desaparecen les sustituyen otros. Al final un grupo de aprendices de delincuente, se empeñan en hacer prácticas. Ponemos tierra de por medio y enfilamos la carretera M27 en dirección a Southampton. A escasos kilómetros descubrimos un puente que puede esconder nuestras motos y al lado del riachuelo un acogedor césped. Hay mucha humedad pero vamos abrigados y con el traje de agua.., además a cuerpo cansado que importa. Paco se duerme enseguida, mientras fumo un cigarrillo, pienso que no sé con el pie que he entrado en Inglaterra, pero seguro que era el que no debía. Con las primeras luces nos ponemos en marcha, conforme amanece devoramos kilómetros mientras el hambre nos devora a nosotros. En la primera área de servicio desayunamos, al tiempo que comprobamos como salen las libras del bolsillo, un café y una pasta alrededor de seis euros.

Destino Liverpool, pero para llegar a él aún faltan muchos kilómetros a ritmo de Impala. El tráfico en las carreteras inglesas es denso y existen muchas carreteras secundarias, circular por estas en moto es una gozada, me atrevo a especular que los ingenieros que las diseñaron eran motoristas, son más bien estrechas y en muchas ocasiones se convierten en un túnel vegetal al juntarse en lo alto las copas de los árboles que las bordean. En una rotonda veo un calesín del que tira un caballo, me quedo observando y confirmo que los conductores son respetuosos con su marcha y maniobras. Es cierto que con las motocicletas están sensibilizados, cuando en una autovía hay retención si te colocas entre dos carriles, los conductores conforme te detectan te dejan paso, tu lo agradeces con un gesto. Se ven rodar bastantes motoristas, con japonesas desde luego, y en general se circula a bastante velocidad. Los límites de velocidad están muy marcados e incluso se avisa al conductor cuando debe de reducir la misma. Muy cortésmente se advierte aduciendo a la seguridad del conductor, las zonas donde están ubicadas las cámaras de radar y estas no están ocultas, al contrario, en medio de un panel cuadrado de color amarillo. Indudablemente el que comete una infracción es consciente de que lo  hace. Aparentemente el circular por la izquierda no presenta ninguna dificultad, pero en dos ocasiones estoy a punto de tener un percance. Al salir de una gasolinera salgo por la derecha y sigo rodando, es algo instintivo, son muchos años circulando así y no me resulta fácil cambiar el chip. De pronto veo un Mercedes cara a mí, que crece por momentos, observo el asombro de su conductor, entonces me doy cuenta de lo que he hecho. La carretera es estrecha, en fracciones de segundo decido cruzar al lado izquierdo donde debería de estar circulando, afortunadamente me quedo pegado a mi derecha. El conductor del Mercedes, para evitar la colisión, me hubiese llevado por delante. Pasa por mi lado sin hacer ningún mal gesto, ni tan siquiera tocar el claxon. He tenido mucha suerte y me prometo no tentarla de nuevo. A la salida de un pueblo vemos una cabina telefónica de esas típicas cabinas inglesas, construidas en madera, con su cristalera y color rojo intenso, siempre han puesto una nota de tipismo en el paisaje inglés. Parece ser que tienen los días contados, su mantenimiento resulta muy caro y están siendo sustituidas por unas más modernas bastante similares, pero de plástico y aluminio… Todo cambia.

En lo alto luce un espléndido sol, y alguna nube blanca y deshilachada como de algodón en rama, contrasta con el azul intenso del cielo. La carretera por la que nos dirigimos a Worcester es de lo mejor de la jornada, como es medio día y sábado apenas tiene tráfico, mi Impala es muy sensible y también lo sabe apreciar. A su alrededor se pueden descubrir todos los verdes que caben en una paleta de pintor, su trazado tiene de todo, curvas a derecha e izquierda, subidas y bajadas y cuando parece que tanta curva se va a convertir en algo monótono, una buena recta. Es el menú más equilibrado de todo el viaje. Como mencioné mi moto participa y el selector vuelve a funcionar como debía, los frenos actúan de maravilla y el motor responde en todos los regímenes. Cuando llego al próximo pueblo, Paco me está esperando para fumar un cigarrillo y comentar el tramo. Los dos estamos satisfechos de los últimos kilómetros; seguimos rodando y de pronto, al lado de la carretera vemos dos Triumph Spitfire a la puerta de un recinto, tienen un cartel de se vende y su precio está entre los mil y dos mil euros. Paramos las motocicletas y nos adentramos en el recinto. Sale un señor para atendernos y cuando le decimos que sólo queremos dar un vistazo, nos dice que podemos ver lo que queramos y desaparece. Allí hay más de una docena de Triumph de distintos modelos, estados y precios. Se pueden adquirir en el estado en que se encuentran, también se facilita al cliente todos los repuestos que precise, al tiempo que se oferta la posibilidad de restaurar cualquier coche de la marca Triumph. Desde luego Inglaterra es la meca del coleccionista, no obstante sólo hemos visto rodar algún clásico deportivo y una motocicleta cuya marca no llegué a ver pero que montaba un Villiers. Más adelante, y en una carretera como la que describí anteriormente, viene de frente un autobús de los años treinta; está perfectamente restaurado, y en su interior viaja lo que parece ser un grupo de amigos que superaron los setenta. Por unos instantes, siento como si el tiempo se hubiese detenido en cualquier día antes de la II Guerra Mundial. Indudablemente las formas de disfrutar de los vehículos clásicos es de lo más variopinta. Se acerca la hora de retirarnos y decidimos pasar la noche en un hotel de la cadena Travelfort, su precio es bastante asequible unas cuarenta y cinco libras. Cuando me atienden en recepción no quedan habitaciones. No se la expresión de mi rostro, estamos cansados y el sol ralla el horizonte. La amable recepcionista, sonríe  comienza a buscarnos habitación en los hoteles de alrededor, llama a cuatro y en el último, el Charlton Arms disponen de una habitación doble. No esta lejos, nos dirigimos allí y cuando me extienden la factura, observo que han aplicado la tarifa más económica del hotel que nos envía. Es todo un detalle de cortesía.

Se acerca Liverpool, el día es soleado y muy caluroso similar a un día de verano de la costa levantina, nos comentan que un día así no es frecuente en la zona. Pronto estaremos en la isla de Man. Llegamos al puerto a mediodía, me sorprende ver un puerto amurallado. En la acera frente a la muralla se alinean altos edificios de ladrillo rojo y estructura de hierro que en su día fueron fábricas, ¡cuanta gente debió de trabajar aquí! Actualmente una de ellas está habilitada para un mercadillo tipo rastro donde los domingos, alternando con puestos de comida y refrescos, se ofrecen los más variados artículos. Nuestras motocicletas, causan sensación y un amable guardia de seguridad nos indica que si las dejamos a la entrada el les dará un vistazo. Deambulando por el interior, llama poderosamente mi atención un camión convertido en una carnicería. El carnicero micrófono en mano, con el más puro estilo de feriante, describe la parte de la carne que va a manejar, cual es su guiso apropiado y como debe cortarse al tiempo que maneja sus cuchillos con destreza. Jamás pensé que ver cortar carne se convertiría en un espectáculo, parece ser que tenía que llegar a Liverpool para descubrirlo. En el mercadillo, es frecuente escuchar la música más variada en directo. Improvisadas bandas, actúan con un alto grado de profesionalidad frente al estuche de un instrumento donde recogen la gratitud del público. Todo tiene un fuerte colorido, y de pronto comienzo a darme cuenta de que hay cantidad de mujeres, hombres y niños con un alto grado de obesidad. Me fijo y veo gordos por todas partes, muchos de ellos comiendo en sus cucuruchos de papel el tan inglés fish and chips. Nos dirigimos a la terminal de ferrys para ver si podemos embarcar en el último ferry a Douglas; cuando entrego el pasaporte para el billete, se le ocurre a Paco preguntar la tarifa de los días laborables.  La diferencia del precio nos da para pagar el hotel y un par de pintas de cerveza, y la verdad entre embarcar a las seis de la tarde o a las nueve de la mañana siguiente....  Sin lugar a dudas, dormiremos el Liverpool. Dedicamos la tarde a un pequeño recorrido turístico, encontramos el museo de los Beatles pero está cerrado; paseamos por el inmenso puerto y me sorprende la cantidad de grasa, alquitrán o lo que sea, que flotando sobre el agua, se acumula junto al malecón; observo como las gaviotas andan por encima de esa indefinible pasta como si estuviesen en tierra, sólo dejan su huella. Nos adentramos en la ciudad en busca de un pub que tenga carisma. La mitad de la gente que se cruza con nosotros lleva un melocotón que apenas se tienen en pie, a la entrada de cualquier pub hay por lo menos dos “mazas inflados” con la etiqueta se seguridad. No me extraña con semejante clientela. Comienzo a pensar que nos hemos equivocado de sitio, cuando en una estrecha calle repleta de pubs, descubrimos una estátua en bronze de uno de los Beatles en una esquina. Sin pretenderlo entramos en The Cavern. En este lugar hicieron sus pinitos los Beatles, y en su pequeño escenario han actuado desde mediados los cincuenta, los mejores músicos del momento. Indudablemente una Guines en ese ambiente, bajo la Fender de Paul Mc’arnye tiene un sabor especial. Cuando estamos a punto de marchar, comienzan a entrar unos jóvenes con instrumentos y toda la parafernalia de un conjunto musical. Se afanan en prepararlo todo y decidimos quedarnos otra Guines para verles tocar. Valió la pena de verdad. De regreso al hotel pasamos por un parque frente al puerto, allí encontramos  un submarino amarillo de considerable tamaño en medio de un seto. Todavía sigo preguntándome que significará. ¿El origen de la canción, o la consecuencia?


2ª parte

Cuando embarcamos con destino a Douglas estamos eufóricos, la inminente llegada a nuestra meta, y las vivencias de la noche anterior nos han cargado las pilas. A mitad mañana desembarcamos, lo primero que veo al salir del puerto me deja sorprendido. Se trata ni más ni menos que de un tranvía jardinera del que tira un robusto percherón; si no fuese por los coches actuales, verlo circular a su pausado ritmo frente a los antiguos edificios que miran al mar, me haría pensar que estoy a principios del siglo pasado. En la oficina de turismo nos indican un camping donde pensamos instalarnos unos días; creo que para bien, nos despistamos y aparecemos en uno de Laxey muy tranquilo y familiar. No tiene ni recepción, por las mañanas aparece un señor mayor al que pronto bautizaremos como Mac Guiver, que cartera en mano, nos cobra diez libras diarias (el precio es de lo más barato teniendo en cuenta donde estamos). En su furgoneta lleva de todo y cuando ha terminado la gestión de cobros repasa los servicios, cocina y resto de instalaciones, repone jabón papel, etc.. repara las averías que pueda haber y hasta mañana. Después de comer Paco no puede esperar más, pone su Impala en marcha y delante de una nube de humo, se va a recorrer la isla en busca del circuito. Yo me quedo a tomar notas, repasar la moto y poner algo de orden en mi mente. Nada, a los pocos minutos me quedo dormido sobre el césped. Cuando despierto, tengo frío, el sol ha desaparecido entre unas cargadas nubes y cuando estoy preparando el té oigo el inconfundible sonido de una Impala. Mi colega no ha perdido el tiempo, ha descubierto el trazado del circuito, le ha dado una vuelta de inspección, y ha comprado cebollas y tomates para hacer una ensalada.

Nos encontramos en el ecuador de nuestro viaje, la finalidad está conseguida, bueno todavía no, tenemos que rodar con nuestras Impalas ese particular Tourist Trophy para el que hemos venido. Después de desayunar comenzamos el circuito, cada kilómetro que recorremos tiene su historia, en demasiadas ocasiones trágica, de ello se encarga de recordarlo las muchas placas en recuerdo de los pilotos fallecidos a lo largo de su leyenda. 




Están clavadas en los bancos de madera que se encuentran al lado de las casetas de control. Por contra de lo que pueda parecer no resulta nada patético, si no más bien un recuerdo a aquel piloto que en ese punto terminó su carrera. Las balas de paja envueltas de plástico son la única protección en los tramos más peligrosos; a los árboles que circundan la carretera les han puesto como toda protección alrededor del tronco, unos colchones de goma de unos diez centímetros de espesor. Los setos que bordean la carretera, están cortados de forma que la parte superior queda redondeada, ello da un efecto psicológico de seguridad. Llegamos a la tristemente famosa milla trece, y en nuestro interior rendimos un homenaje a Santi Herrero. Más tarde conversando con Peter Murray en su museo, descubriremos que en la isla, Santi fue muy popular, nada más mencionarlo Peter nos dijo. - Su máquina corría mucho, y él iba demasiado fuerte. Me sorprendí de que treinta años después, el recuerdo del piloto español estuviese tan fresco en su memoria. Peter Murray es un gran anfitrión, conoce todas las historias del circuito y las transmite sin pretensiones, por su casa han pasado casi todos los pilotos del mundo que han corrido en la isla de Man desde 1955. En su museo no sólo se conserva la historia del circuito, me atrevería a decir que se guarda un compendio de la historia del motociclismo, especialmente el inglés. Pero eso os lo contaré más detenidamente en otra ocasión.

En la zona del circuito comprendida entre Styng, Crosby, St. John’s no se por que, en las tres ocasiones que recorrí el trazado del T.T. Siempre encontré niebla. En una ocasión estaba anocheciendo, y en medio de la espesa niebla las luces de mi Impala dejaron de funcionar. El problema se encontraba en el interruptor que ya llevaba puenteado, y es que los interruptores de los años sesenta no estaban hechos para muchas horas de uso. Al final haciendo un alarde de insensatez, decido repararlo cuando regrese al camping, me pego a la moto de Paco y termino sin luces todo el recorrido. Cuando llegamos a “casa” todo sigue mojado, por la mañana se ha ceñido sobre la zona de Laxey un fuerte temporal de huracanado viento y agua que ha destrozado casi todas las tiendas del camping. Nosotros hemos desmontado la nuestra para que no se fuese volando y nos hemos refugiado en la cocina, llueve intermitentemente y todo pinta triste, pienso que sólo nosotros estamos satisfechos. Al final decidimos trasladarnos con nuestros bártulos a la cocina, dormir allí y a la mañana siguiente embarcaremos en dirección a Heysham. La isla de Man, no ofrece al visitante algo tan especial como pueda parecer. Tiene una interesante historia que se recoge en el museo de Douglas (recomiendo su visita como algo imprescindible), y los atractivos de su geografía y cultura. Vive en buena parte del turismo, pero sólo para los románticos de la motocicleta se justifica su visita fuera de la temporada de carreras. Para ellos, incluso recorrer el mítico circuito proporcionará unas satisfacciones muy diferentes entre unos y otros, a fin de cuentas no es más que una carretera con el trazado normal para unir unos núcleos de población y con el asfalto más o menos cuidado. Pero el duende de la competición, el riesgo, la velocidad y por que no, la aventura, lleva viviendo en ese circuito casi un siglo y sigue esperando, para meterse dentro del motorista que lo recorre. Dos días después de nuestra partida, comenzaran las carreras del Manx Grand Prix de este año. Las hemos tenido al alcance de la mano, hemos sido adelantados por alguna motocicleta que seguro que haría el tiempo de media del circuito (doscientos kilómetros a la hora), hemos recorrido los padocks y nos hemos impregnado de su ambiente, pero eso es todo. El calendario no entiende de motos y nuestras Impalas tienen su personal velocidad de crucero. Los regresos suelen ser melancólicos y al nuestro tendremos que añadirle el agua, la lluvia nos acompañará con más o menos intensidad hasta Londres.

Heysham queda bastante más al norte de Livepool, de alli nos dirigimos en dirección a Manchester por una carretera secundaria. El paisaje ya no nos llama tanto la atención; hace bastantes días que le he cogido el tranquillo a la carburación de mi moto, ha sido muy simple: En mi Impala monto un carburador Dell’Orto de 22 mm., este carburador dispone de una palanca que cierra el aire a voluntad para enriquecer la mezcla, entonces cuando salgo a carretera abierta abro el puño del gas totalmente, el motor no tiende a embalarse; entonces disminuyo gases lentamente hasta que el motor se embala, cierro el aire del carburador con la palanquita y la reacción inmediata es ahogarse. Subo lentamente la palanquita hasta que el motor se embala de nuevo y en ese punto la motocicleta sale disparada, tengo poca maniobra con el acelerador, pero aunque explicado así parezca algo engorroso, lo cierto es que funciona. La motocicleta de Paco una mañana en la isla me dejo sorprendido, después de estar lloviendo toda la noche, cebó el carburador y al primer intento se puso en marcha. Le pregunté que había hecho y me respondió que me lo diría si funcionaba. A los mecánicos hay que dejarlos; así que no insistí más. No obstante estaba intrigado, aquella moto arrancó a la última en todo el viaje, que le había pasado en la isla de Man. Al día siguiente me dijo. -No te lo creerás, sólo le he reducido un poco el aceite (Paco gasta SAE...) y le he cerrado un poco los electrodos de la bujía. Verdaderamente en los motores de dos tiempos todo es posible. Ese día hacemos muchos kilómetros y cuando esta anocheciendo, paramos en un hotel al lado de la carretera para pasar la noche. Por la mañana no llueve y decidimos ponernos el traje de agua cuando haga falta, yo observo que nuestra ruta se aleja de la de las nubes de agua, pero antes de media hora estamos rodando bajo la lluvia. Pasamos por Derby y antes de llegar a Tamworth tenemos un despiste que nos hace perder un tiempo. La verdad es que Inglaterra esta cosida por carreteras, por eso en todos los coches suelen llevar un mapa. Yo si no es con la ayuda de la lupa no los distingo muy bien, así que sin decirnos nada hemos hecho un equipo que funciona. Paco marca la ruta y toma sus notas, suele ir delante y me espera en las rotondas (su moto tira más que la mía), Yo me he convertido en el cocinero y mi misión es que, al atardecer, tengamos con lo que disponemos una suculenta cena. Esa jornada resulta muy larga y agotadora, sólo las Impalas no se cansan, a medio día nos refugiamos de la lluvia en una parada de autobús para comer un bocadillo, pronto el agua supera el bordillo de la acera y cada camión o coche que pasa le da una ducha a las motos. Está cayendo con fuerza, pero para estar parados, preferimos rodar a lo que de la vista. Hay charcos y puntos de embalse en la carretera que superan el palmo de agua, pero las Impalas siguen rodando. Poco a poco la fuerza del chaparrón disminuye y me entretengo en hacer cábalas de cuanto tardaran mis guantes en secarse con el viento de la marcha. Cuando están secos (han tardado más de lo que pensé), otro chaparrón y vuelta a empezar, así se van acumulando los kilómetros. De pronto me llama la atención que estamos en Brampton, me recuerda las célebres horquillas de paralelogramo y entonces reparo que hemos pasado por Calthorpe, Leyland, y otras muchas marcas más. Nunca pensé que marcas de motocicletas o componentes se tomasen del nombre de pueblos o ciudades. Por fin un remanso de tranquilidad, tras una agotadora jornada, dormimos en blanda cama después de cenar una suculenta tortilla de patata y una chuleta, todo ello regado con buen tinto (Australiano).

Si además de las motos te gustan los aviones, estas en Londres, y no quieres caer en pecado mortal. Debes de encaminar tus pasos al museo de la RAF. Eso hicimos a la mañana siguiente y de verdad puedo asegurar que he visitado el mejor museo de aeronáutica de mi vida. La tarde por el parque, observar lo peculiar de la indumentaria de los judíos en su barrio y beber unas pintas de Guines en un Pub de lo más autentico, dieron contenido a ese merecido día de asueto que nos marcamos. A la mañana siguiente mientras nos preparamos para salir, pasa por la carretera una Norton de mediados los años treinta. Su peculiar sonido la ha delatado con tiempo y podemos contemplarla al pasar. Es la única motocicleta clásica que he visto rodando en todo el viaje. Partimos en dirección al puerto de Dover, si podemos embarcar pasaremos a Calais y seguiremos atravesando Francia. Si el ferry sale muy tarde, acamparemos en Canterbury y dedicaremos la tarde a visitar lo más significativo de la ciudad. Los horarios nos son favorables y dejamos el turismo para otra ocasión, a fin de cuentas el objetivo de nuestro viaje sólo era la isla de Man y se ha cumplido. No se el porque, pero cuando regresas hacia casa parece que las motos funcionen mejor, llevamos quince días en que nuestro trabajo ha consistido en rodar con las Impala, como si tuviésemos que poner a prueba su mecánica para un estudio del modelo o algo así; y lo cierto es que lo único que hemos puesto a prueba es nuestra capacidad física. Las Impalas a estas alturas, lo que de verdad se han ganado es la jubilación. En Calais un camionero español a punto de jubilarse, con su comentario me hace pensar; se acerca a nuestras motos y poco menos que nos trata de herejes, muy bonitas sí, que funcionan muy bien, de acuerdo. Pero nos dice que lo que tenemos que hacer es conservarlas y de cuando en cuando dar un paseo con ellas y no someterlas a estas palizas. Nos indica la mejor ruta a seguir y continuamos rodando, esa tarde aún haremos unos cien kilómetros más en dirección a Amiens. Ya casi de noche un camping municipal nos alberga y a la mañana siguiente cuando estamos desayunando, para un coche a nuestro lado, se presenta el encargado, nos cobra la noche y se marcha de nuevo. ¿Nos estaría observando desde su casa?

Ignoro la razón pero el regreso siempre resulta más monótono, cierto es que la ilusión de conseguir la meta impuesta y la curiosidad de lo desconocido están casi satisfechos. Sin embargo nos quedan más de mil ochocientos kilómetros que recorrer. A media tarde llegamos a Paris, no podemos evitarlo todas las carreteras confluyen allí, el caos de circulación es fenomenal, el calor asfixiante y nuestras motos tienen que soportar el tráfico de la ciudad. Mi Impala se resiente pero no desfallece, el selector sigue haciéndome la fiesta, en cada semáforo el motor se para y lo más que consigo es quitar la velocidad para ponerla en marcha, tengo que salir con la primera velocidad que engrana y haciendo patinar el embrague, los nervios se acumulan, sólo pienso en mi moto y deseo salir a carretera como sea. Al repostar un “simpático” gasolinero nos indica la dirección a seguir totalmente opuesta, lo hace a conciencia; cuando nos damos cuenta estamos en Versalles, las amplias avenidas, los parques y sus palacios son para pasar un día allí, pero nuestro objetivo es huir cuanto antes hacia una carretera que de descanso a nuestros motores. No tenemos más remedio y entramos en una autopista de peaje. Por contra de lo que pensamos, nos resulta bastante más económica que las españolas y nos aleja de esa tela de araña que nos tenía atrapados. Seguimos rodando hasta que llega la noche. No hemos avanzado mucho ese día pero intentaremos compensarlo en la jornada siguiente. Carretera, el sonido familiar de la Impala, los miembros que se entumecen por la inactividad, concentración que disminuye por el cansancio, y una señal que nos indica que nos encontramos en Limoges. Seguimos en dirección a Toulouse, la monotonía se apodera de mi, ya no me encuentro tan receptivo, el objetivo es regresar y siempre estamos lejos. La moto sigue rodando, me doy cuenta de que su motor ya no está en su mejor momento, pero aún le queda mucha vida. Toulouse. Ya estamos en casa, un poco más y cruzaremos la frontera de Andorra. En lo alto del puerto de Envalira paramos las motos y descansamos un rato, las vistas desde allí son espectaculares, he estado muchas veces, incuso en distintas épocas del año, no obstante el paisaje que se domina desde lo alto siempre tiene un encanto especial para mi. En este punto considero que el viaje ha terminado, aunque siguen faltando bastantes kilómetros. Paramos en Canillo para visitar la exposición de Motos per al Record, esa iniciativa del Comú de la Parroquia de Canillo, va por su tercera edición y lo cierto es que se supera cada año. Como ya no hay luz decidimos pernoctar en Canillo, esa noche pasaré bastante frío.




A la mañana siguiente nos dirigimos hacia el museo de Bassella, la exposición monográfica de Bultaco con más de cien motocicletas, alguna de ellas ejemplar único y el fondo permanente del museo, hacen su visita una obligación, y más si se pasa por la puerta. Desde que salimos de Toulouse suelo ir delante de Paco, conozco bien la carretera y no hay que recurrir al mapa; antes de llegar a Oliana mi moto tiene una inspiración y comienza a rodar más de prisa, lo que no ha ocurrido hasta ahora sucede, pierdo de vista a la moto de paco detrás de mi. Llego al museo, aparco la moto y enciendo un cigarrillo, espero al lado de la carretera a que venga el colega y el colega no llega. Como de pequeño me enseñaron que no hay que pensar en cosas feas, pienso que habrá parado a hacer alguna fotografía. Al ver mi moto, se acerca un italiano y me dice que mi compañero ha reventado una rueda unos kilómetros atrás. Efectivamente ha sido un pinchazo y por las señales de goma que veo en el asfalto ha sido un milagro que no se estrellase o fuese arrollado por el coche que venía detrás. En lo que he tardado en enterarme y llegar, Paco ya ha desmontado la cubierta pero no puede seguir porque hay que sacar la rueda y no tiene llave ni bombín. Estanis propietario del museo me facilita una llave inglesa y un bombín, no nos damos cuenta y el racord que me deja es de bicicleta. Bien se saca la rueda se mete una cámara nueva y la hincharemos en la gasolinera. Pellizco y vuelta a empezar, otra vez pellizco y a empezar de nuevo, sólo queda una cámara y al final le dejo la moto a Paco que monta su rueda y se va a la gasolinera de Oliana. Tarda bastante y cuando estamos montando la rueda llega un fotógrafo de no se qué periódico de Lérida, nos cuenta el viejo cuento de que nos va a sacar unas fotos y es posible que al salir en los periódicos se enamore una rica hacendada que nos solucione la vida. Yo debo de estar muy guapo con un pañuelo a la cabeza, no encuentro mi gorra, son las cuatro de la tarde y cae un sol de justicia, le respondo que haga su trabajo y no venga con monsergas, a fin de cuentas le veo como algo colega. Saca un buen reportaje de las motos y le comentamos de donde venimos, su interés es grande pues ese día hay huelga de grúas y ha salido a la carretera a la caza de imágenes. Nos pide un movil para que se ponga en contacto un redactor con nosotros, ¡pero hasta ahí! El ha hecho su trabajo y se acabó. Además los móviles por si acaso se escapaban se quedaron en casa. Las horas van pasando y seguimos estando a unos cuarenta kilómetros de Andorra, teníamos pensado llegar a Valencia ese día... Y por que no podemos hacerlo, alrededor de las seis de la tarde salimos hacia nuestro destino, ya no pensamos en los kilómetros que faltan, sólo en rodar. Cuando desaparece el sol paramos a repostar, comer unas galletas y fumar un cigarrillo, en realidad eso y una cerveza en el museo es todo lo que metimos al cuerpo ese día. Chaleco reflectante sobre el equipaje y en Salou entramos en la autopista. Consideramos que ha pesar del peligro que encierra circular con las luces de candil y la reducida velocidad de unos ochenta por hora de las Impalas es más seguro hacerlo junto al arcén de la autopista que en una carretera general llena de vehículos que retornan de vacaciones. Me he prometido no mirar el reloj hasta llegar a casa y sólo se de las horas encima de la moto por los dolores de espalda y entumecimiento general. A pesar de los achaques de mi moto, le regulo la carburación como describí y responde. Ella solita se lanza a una desenfrenada velocidad (unos cien a la hora) por la autopista, sólo que cuando viene una pendiente tengo que cambiar de marcha y vuelta a empezar. Evidentemente el motor ya no está en su mejor momento. Una vez más comprobaré que las Impalas son más fuertes que nosotros, a las dos de la madrugada llegamos a casa. 


Dos días después hago el balance del viaje, ni a la moto de Paco ni a la mía les funciona el cuentakilómetros. No obstante mapa en mano, calculo que hemos superado con creces los seis mil kilómetros. Mi moto habrá gastado una media de unos tres litros a los cien, la de Paco un poco más. Las únicas averías que hemos tenido son el pinchazo de la rueda trasera en Oliana, y llegando a Londres mi moto que hizo perla, le desmonté la bujía y al no disponer en ese momento de una de repuesto limpié el electrodo, puse la moto en marcha de nuevo y hasta el final del viaje. Viajar con las Impalas ha tenido sus buenos momentos, y otros no tanto al tener que circular como ya dije por autovías y autopistas. El peligro latente en estas vías, hace que viajes en tensión constante y la verdad, ese no es el estado ideal para disfrutar de una clásica. En cualquier caso pienso que habrá que ir buscando otro motivo para seguir rodando.

martes, 5 de abril de 2016

Una harley de novela


Una harley de novela

La Harley-Davidson que nos conduce por la historia de Los entusiastas fue uno de los últimos modelos «entretubos» que fabricó la marca. Si bien su estética y técnica contaba ya con unos años de producción, el modelo había ido mejorando en prestaciones y acabados año tras año, hasta llegar a la Harley-Davidson 22 FD de nuestra novela.
La motocicleta era la síntesis de un modelo bastante conservador en lo referente a su base tecnológica, pero que a la vez incorporaba soluciones muy vanguardistas. Resulta curioso que hasta 1915 la firma designase sus modelos numerándolos ordinalmente, y a partir de entonces lo hiciera con un sistema de números y le-tras que mantendría hasta finales de los años sesenta. Las letras FD indican que su motor cubica 1.200 cc y que el encendido es por magneto, careciendo por lo tanto de alumbrado eléctrico.
En 1922, año de su lanzamiento, en Estados Unidos esta moto costaba 360 dólares, que se convertían puesta en España en alrededor de unas 7000 pesetas. Una fortuna en su época y un precio superior al de un Ford T, por ejemplo, un automóvil que podíamos entender por aquellas fechas, más o menos, como un utilitario.
Ignoro el número de unidades que de esta Harley llegarían a España, pero sí conozco la cifra de producción en el año de su lanzamiento: 909 unidades. Un dato muy importante a tener en cuenta de su exclusividad. Además, durante aquellos años, el fabricante disponía de una amplia red de distribución mundial a través de sesenta y siete representantes autorizados. Por este motivo podemos
asegurar que serían muy escasas las unidades que se vendiesen en España.
No es de extrañar que en el imaginario popular tengamos una visión de los primeros años del siglo pasado en blanco y negro, y si nos fijamos un poco más, en un tono sepia muy propio de las fotografías de la época.
Pues bien, si al pensar en nuestra moto mantenemos ese cliché, caeremos en un gran error. Las Harley-Davidson, desde sus orígenes, se caracterizaron por cuidar al máximo la calidad y el acabado; espe-cialmente en lo referente a la pintura y los elementos niquelados. Por otro lado, el colorido era muy atrayente y estaba reforzado con unas cenefas de fileteados en dos tonos complementarios al color base de la motocicleta, que rodeaban los laterales del depósito, la parte central de los guardabarros y algunas otras piezas.
El refinamiento de ciertos detalles llegaba al punto de que, por ejemplo, los cables Bowden del acelerador y mando de avance de la chispa estuviesen forrados de cuero cosido, mientras que en la misma época los de las motos fabricadas en Europa venían forrados de algodón o celuloide; y algunos, los más populares, sin forrar. El sillín, de la marca Mesinger, también era de cuero de la mejor calidad y estaba cosido a mano. Un sinfín de pequeños detalles, como engrasadores, tapones de los depósitos de combustible y aceite, palancas de mando, etcétera, eran tratados con recubrimiento de cobre y acabados con un generoso baño de níquel.
A pesar de que la moto carecía de suspensión posterior, por la robustez de su bastidor era capaz de circular por los más accidentados caminos. No obstante,
actualmente su circulación sin sidecar resultaría temeraria, puesto que esa tercera rueda simplifica bastante su manejo.
La moto no dispone de freno más que en la rueda trasera, ya que, curiosamente, en aquellas fechas, para el fabricante era válida la creencia de lo peligroso que podía resultar un freno delantero.
La entrega de potencia del motor es bastante inmediata, más propia de una moto inglesa de los cincuenta, y puede llegar a alcanzar los 130 km/h. En consecuencia, su puede afirmar que a pesar de sus bondades, éstas pertenecen a otra época, y actualmente resultaría bastante peligroso circular con ella entre el tráfico moderno. No obstante, como en ningún momento me estoy refiriendo a una pieza de museo, la Harley de nuestro relato dispone de doble freno trasero, accesorio de la época que refuerza la eficacia de la frenada… hasta que se calienta.
Adquirida la soltura y dominio necesa-rios, se convierte en una motocicleta muy apropiada para eventos relacionados con la automoción de época. Con la seguridad de que el verla circular despertará los más dispares sentimientos.


Arturo Borja